Don José
En Cantabria, región rural del norte de España,
abundan ejemplos como el de aquel párroco de Ruiloba que en 1789 “havía estado
jugando a los naipes a desora en la venta que llaman de La Vega ”, que, también, “havía
desamparado el pueblo por averse ydo a acompañar o cortejar a madamas” y,
además, “en lugar de meter paz, ponía en mal a los vecinos”
Fue
en la ya mencionada parroquia de Ruiloba, en la Cantabria rural, unas
décadas más tarde de las denuncias contra aquel párroco ya referido que fue
notado por sus feligreses por su afición a “desamparar el pueblo” para
“cortejar madamas”, donde en 1842, fue designado como párroco otro clérigo que
desató una capacidad disciplinaria muy creativa por parte de sus feligreses.
Éstos desplegaron un amplio repertorio de coplas y canciones con contenidos
obscenos sobre presuntos amoríos entre el cura Don José y su beata criada
doméstica.
Algunas se amparaban en el anonimato, pero eran cantadas cada día
por las calles y alimentaban la información de pasquines que se colocaban en
lugares públicos durante las jornadas que siguieron a la toma de posesión del
clérigo en su encargo parroquial. Mostraban un estilo directo e inequívoco
sobre las razones y orientación de la mordaz crítica social hacia sus
comportamientos pasados y presentes, a través de testimonios del siguiente
cariz:
La
beata y el señor cura
comían juntitos arroz.
La beata se quemaba
y el cura se lo soplaba.
comían juntitos arroz.
La beata se quemaba
y el cura se lo soplaba.
Cielos, que lance tan atroz.
O
como esta otra, que se formulaba como una advertencia para el conjunto de la
feligresía, aunque, más que el peligro para la estabilidad conyugal de los feligreses
por efecto de las supuestas dotes de seducción del clérigo, lo que se
cuestionaba en realidad era la moralidad del párroco y, al tiempo, se
denigraba su autoridad para el encargo y funciones que se suponía debía ejercer
después de su nombramiento y oficio religioso al frente de la parroquia de
Ruiloba:
Qué
estómago tan valiente
tiene este macho cabrío,
que con calor y con frío,
todo hace su diente.
tiene este macho cabrío,
que con calor y con frío,
todo hace su diente.
Alerta,
pues, Ruilobanos,
que el que canta misereres
acecha a vuestras mujeres,
y sus tiros no son vanos.
acecha a vuestras mujeres,
y sus tiros no son vanos.
Para
explicar estas reacciones de la comunidad campesina hacia el nombramiento de
este nuevo párroco para el lugar hay que considerar todo un cuadro de factores.
Eso permite explicar estas reacciones de la feligresía para escarnio de su
párroco. No sólo se estaba cuestionando la integridad moral del clérigo, ni
siquiera de la secuencia de curas amancebados que había servido en la parroquia
ininterrumpidamente desde 1817, si es que no era, como parece, según los
antecedentes que aquí se han estudiado, desde mucho antes.
Don José, el nuevo
párroco designado en 1842 para Ruiloba, había además participado en las últimas
contiendas bélicas conocidas en la región como sargento de las tropas realistas
que resistieron la conflictividad política generada por la oposición carlista
al régimen isabelino. Esto también confería un ingrediente político a la
animadversión que manifestaron contra su párroco los vecinos de esta localidad
rural de Cantabria, afectados por los movimientos de tropas en fechas muy
recientes a los hechos narrados. De esta manera, los feligreses expresaron su
protesta al nombramiento del nuevo párroco de muy diversas formas por medio de
la acción anónima y colectiva, en modos que hundían sus raíces en la cultura moral
plebeya que orquestaba, de análogo modo a estas algaradas, las cencerradas.
Las cencerradas y
otros estrépitos y alborotos motivados con ocasión del amancebamiento de
algunos clérigos ofrecen también buenos ejemplos sobre esta cambiante y
caprichosa moral popular. No se permitían ya esas licencias, por ejemplo, al
párroco ruilobano que sufrió durante meses, en 1842, las canciones y coplas
satíricas de sus feligreses en cualquier escenario público de los términos del
valle denunciando los amoríos del clérigo con su criada, aunque estos supuestos
amores clandestinos no llegaron a quedar demostrados judicialmente en ningún
momento.
A pesar de que los
predecesores de Don José en las parroquias de la región, valle y la propia de
Ruiloba parecían disculpar las actitudes de este decimonónico cura rural, seguía una larga tradición de clérigos amancebados que hundía sus raíces
profundamente en el Siglo de las Luces.
Esto pudiera haber servido
para que él mantuviera sus amoríos sin trastorno, lo cierto es que sus
antecesores no habían encontrado tantos problemas, ni tanta controversia como
él; sin embargo, cuando Don José fue nombrado titular de la parroquia en el
mencionado año, ante los rumores y alborotos de los vecinos, el corregidor ya
dispuso que una guarnición militar acudiera para evitar posibles excesos de los
ruilobanos, y así lograr que el clérigo tomase posesión de sus funciones en la parroquia.
Esta
prevención no evitó el amotinamiento de la feligresía, que recibió en bloque en campo abierto al nuevo pastor de almas, acompañando su entrada en Ruiloba
con una sinfonía de relinchos, dicterios y griterío. Tampoco las prevenciones
evitaron la proliferación de muchas coplas y pasquines que circularon meses
después de que el párroco tomara posesión en el lugar con el tenor, términos y
argumentos que han tenido ocasión de disfrutar en los párrafos precedentes. La
comunidad vecinal de Ruiloba, al parecer, había llegado a un punto de
saturación en la tolerancia hacia los amancebamientos y otros “excesos” protagonizados
por clérigos locales.
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