lunes, 9 de febrero de 2015



El toque de hambre


     En el Valle de los Laureles, el valle infinitamente bello de Ruiloba, todo oloroso a azahar, a árgomas floridas y a heno segado, hay dos campanucas que tienen siempre un tañido trágico.

     Cuando voltean, rasgando el aire limpio y aromado, corre a través de las camberas y de los senderos un temblor temeroso y hasta el fondo de los hogares campesinos llega el sonido de la angustia. Son estas dos campanas la campana del Remedio y el esquilón del Convento de Carmelitas.


   La primera, empinada sobre el espinazo petreo de un promontorio toca "a galerna" cuando los hombres del mar, los proletarios para los que no tiene entrañas la civilización ni conquistas la democracia, luchan a brazo partido con la muerte. Los labradores corren entonces a la costa con cabos y pértigas para ayudar a los náufragos a ganar el cantil erizado de garras ocultas, mientras las mujeres encienden velas y rezan a la virgencita diminuta y morena.


     La otra campana triste, la del convento, toca a hambre. Las vírgenes del Carmelo desfallecen y se acabó en la fría despensa la última vianda para la diaria colación.


    Una novicia, pálida, espirituada, yace sobre el camastro de tablas, rindiendo toda su juventud en una agonía espantosa. La vieja madre superiora ya asegura que oye la música de los ángeles que han de llevarse el alma de la novicia.

    Y la campana voltea pidiendo un trozo de pan, una taza de caldo, para las hijas de Teresa de Jesús, que se mueren de hambre en el convento del Valle de los Laureles.


Bibliografía:

España, compañero.
Victor de la Serna


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