La matanza
La matanza familiar del cerdo es una antigua
costumbre popular, muy generalizada en las zonas rurales de Cantabria y por
supuesto también en Ruiloba. El sacrificio, en una economía de autosuficiencia,
suponía la “hartura del hogar en los largos meses del invierno”. Hoy, en una
sociedad menos atenazada por la simple subsistencia, se sigue manteniendo en
algunos lugares de nuestra región, pero ha desaparecido por lo general, su
filosofía y los motivos del sacrificio.
Las escasas publicaciones sobre el tema en
Cantabria se deben a Pedro
Madrid y Alberto Díaz. El primero hace un relato
pormenorizado en el libro “La matanza del cochino en el valle de Polaciones”,
publicado en 1980 por la Institución
Cultural de Cantabria, mientras que el segundo, Alberto Díaz,
ha desarrollado la voz en la
“Enciclopedia de Cantabria”.
Las causas de su desaparición tienen que ver
con los cambios de formas de vida en el medio rural y en los controles
higiénico-sanitarios que la
Administración propaga.
En épocas pasadas, generalmente en los meses
de primavera, había quienes se dedicaban a recorrer los pueblos vendiendo las
crías cuando ya comían con normalidad, después de haber estado mamando de
quince a veinte días, o bien se adquirían en los mercados.
Habilitado un cubil para su crianza, se le
alimentaba con comida que solía estar compuesta por patatas, nabos, berzas,
ortigas, hojas de algunos árboles, hierba verde y desperdicios de la comida de
la casa.
Se hacía un cocimiento y se le echaba harina
de maíz o salvado en el agua, haciendo un amasijo caldoso que el cerdo tomaba
caliente y en su comida más importante. Comían también maíz, castañas y
bellotas sin cocer. Para cocer las verduras se solía emplear el agua de lavar
la “vasa”, pues así se aprovechaba la grasa que soltaban los utensilios de la
cocina al lavarlos.
Solían “caparse” durante el mes de marzo,
labor que realizaba un “capador” con el
fin de que engordasen más. Se les cebaba con abundante comida y se les mantenía
en cubiles de reducidas dimensiones (aproximadamente de unos cuatro metros
cuadrados), para que comiendo y reduciendo su movilidad, engordasen más.
Por San Martín, 11 de noviembre, comenzaba
la temporada de la matanza que duraba hasta enero o febrero; solía hacerse,
generalmente, ya iniciado diciembre y, a poder ser, con luna menguante y en día
que no llueva.
El día de la matanza se celebraba de un modo
tradicional y como una fiesta de familia, en la que se invitaba a comer a
familiares y amigos.
Por la mañana, temprano, se reunían varios hombres: el matador y los
ayudantes que eran convidados con aguardiente o alguna bebida alcohólica.
Entraban en el cubil y lo agarraban por las orejas, las patas y el rabo,
atándole el hocico con una cuerda para que no mordiese y lo sacaban casi
arrastrándolo ayudados por un gancho de hierro que le clavaban en la mandíbula
inferior en medio de estridentes gruñidos. Se le acercaba hasta el sitio donde estaba preparado el “banco de matar”, que
tenía las patas cortas y una largura suficiente para que entrase el animal
tumbado sobre él.
Se le tenía sin comer el día anterior para
conseguir que sus intestinos estuviesen lo más limpios posibles.
Los ayudantes inmovilizaban el cerdo,
sujetando fuertemente la cabeza y las patas, y el “matachín” le iba metiendo el
cuchillo, poco a poco, por la parte inferior del pescuezo, sin llegar al
corazón, pues entonces moriría rápidamente sin desangrarse. El cuchillo era de
hoja estrecha, con la punta muy afilada y el mango de madera.
Algunos utilizaban un cuchillo especial para
esta ocasión, que tenía la hoja de corte acanalada para que saliese por ella el
chorro de sangre. Esta sangre se recogía en un recipiente colocado debajo de la
herida donde, por lo general una mujer, iba revolviendo con un palo o cuchara
de madera hasta que se enfriase, para que de esta manera no se formasen
coágulos y se estropease, ya que luego había de servir para diferentes usos.
Posteriormente y ya sobre el suelo, el cerdo
se chamuscaba con helechos o haces de paja para quemar las cerdas y quitarle
las pezuñas de las patas. Se lavaba la piel con agua caliente y se raspaba con
cuchillos o tejas hasta que quedaba bien limpia. Terminada esta faena, se
volvía a colocar encima de la mesa patas arriba para proceder a abrirle.
La persona encargada de abrir el cerdo comenzaba
con una incisión doble desde el pescuezo hasta el rabo, quitando una franja
central, obtenida de la zona del vientre, llamada “cinta”. Después se retiraba
la grasa que envolvía el vientre, denominada “unto”, y se sacaban las vísceras
y los intestinos. El hígado se destinaba a la comida o cena de los invitados;
el corazón, pulmones, bazo y páncreas, a ser picados, y las tripas se empleaban
para hacer los embutidos.
Una vez vaciado el cerdo, se colgaba boca
abajo de una cuerda atado a una viga del techo, hasta el día siguiente en que
se realizaba el despiece.
El primer día, las “mondongueras” lavaban y
raspaban las tripas y preparaban la masa para las morcillas de sangre y para
los boronos, que se cocían en grandes calderas de cobre ese mismo día.
Las morcillas se hacían con las tripas de
mayor diámetro, cortándolas a una largura conveniente y cosiéndolas con hilo
gordo. La masa estaba compuesta de harina de pan, cebolla frita, grasa,
orégano, clavo y perejil. En vez de harina podían llevar arroz o pan hecho de
sopas y remojado. En algunos pueblos se comían ya en la cena del día,
sustituyendo a los boronos.
El caldo de cocer las morcillas se
aprovechaba en algunos casos también para cocer los boronos e incluso en algunas casas para hacer
la sopa.Los boronos se hacían con una masa compuesta de harina de maíz, sangre,
cebolla frita, orégano, perejil, pimentón y sal. Se formaban porciones ovaladas
y en el centro se introducía una pequeña cantidad de grasa cruda del cerdo,
denominada “alma del borono”. Era muy tradicional repartir boronos, todavía
calientes, entre familiares y vecinos y, especialmente, a los encargados de
matar el cerdo.
El segundo día se realizaba la tarea de
despiece total del cerdo. Las piezas del tocino, las paletillas o brazuelos, los
perniles o jamones, que se salaban y adobaban para su conservación. Igualmente,
se salaban las costillas, la columna troceada, la cabeza y las patas. Los lomos
se adobaban y se ponían a secar al humo de la cocina, como los embutidos,
pudiendo ser conservados después metidos en manteca, como se hacía con los
chorizos, cortados en rodajas. Los solomillos se podían adobar como los lomos,
o se empleaban para rellenar el “pastral”, junto con los pedazos de hebras sin
picar, adobado como el chorizo, y curado, igualmente, a la lumbre.
El tocino, la grasa y la carne que se
destinaba a los embutidos era picado a mano o con la máquina y adobado y
amasado en artesas de madera.
Se dejaba que el picado cogiese bien el
adobo y se procedía a rellenar las tripas, cortadas a una largura conveniente,
lo que se hacía a mano, por medio de un embudo, o a máquina. Los extremos se
ataban con cuerda fina.
El chorizo se componía de carne y tocino
picados, pimentón dulce o picante y ajos machacados. Este picadillo se solía
comer frito en la sartén el día que se hacía. La tripa se ataba por los
extremos y, además, se ataba haciendo separaciones, a una distancia
conveniente, para poder luego cortar a lo largo de la pieza, sin que se
deshiciese o se abriese el chorizo.
La tripa se pinchaba con una aguja o alfiler
para que pudiese salir el aire que quedaba dentro. Después se colgaban en
largos y fuertes palos, pendientes del techo de la cocina, para que se secasen
con el calor y el humo de la lumbre. Una vez que se habían secado, se guardaban
en una vasija de barro metidos en aceite (frito antes con ajo) y en grasa de
cerdo. Se tapaba la boca de la vasija con un trapo sujeto con una cuerda, ya
que de ese modo se conservaban mucho tiempo.
La longaniza se hacía con tripa más delgada,
que se dejaba lisa, sin separaciones. Solía llevar el picado con más tocino que
el chorizo.
La morcilla de año, llevaba tocino de la
papada, la mitad de la “cinta” hacia el cuello, que, troceado, se amasaba con
cebolla cruda y picada, pimentón, clavo, sal y sangre. Esta morcilla se gastaba
en el cocido y en la fabada, dando un sabor muy especial a esta comida. Los embutidos
se hacían en el segundo y tercer día.
La tradicional y antigua costumbre de la
matanza del cerdo ha ido desapareciendo durante los últimos años en toda
Cantabria, de tal modo, que hoy quedan muy pocas familias, solamente en
determinadas comarcas, que continúan realizándola.
Hoy parece que entre la compra del producto
industrial y la matanza tradicional, se abre camino una tercera vía en los pueblos; se trata de
elaborar en casa el embutido propio con los ingredientes comprados en las
carnicerías.
A todo gorrín le llega
su San Martín.
Por San Martín mata el
gorrín, y por San Andrés a dos o a tres.
Por San Antón, haz
cantar al chon.
El que mata el chon
temprano, pasa buen invierno pero mal verano.
Morcilla que se lleva
el gato, tarde se vuelve a colgar.
La morcilla para ser
sabrosa, picante y sosa.
Recetario
Adobo para conservar las carnes
Para una costilla de cerdo, machacamos dos
dientes de ajo y sal en un mortero. Luego añadimos media cucharada de pimentón
dulce y otra cucharada de aceite y mezclamos hasta conseguir una masa homogénea
con la que untamos la pieza.
Curar un jamón
En un arcón hacemos una cama de sal y en el
fondo introducimos el jamón, le cubrimos de sal gorda y ponemos dos piedras
pesadas encima. Al cabo de dos a seis meses, según su tamaño y lo curado que se
quiera, sacamos el jamón. Lo lavamos bien y lo untamos con una mezcla de
pimentón y ajo picado.
El borono
Se necesita harina de maíz y de trigo,
arroz, manteca fresca, sangre de cerdo, cebolla frita, pimentón dulce, orégano,
perejil y sal. Cuando se realiza la matanza, es tradición repartir entre los que
han participado, los boronos. Una vez amasado todo, se cogen pequeñas porciones
y se moldean con las manos, en forma de huevo pero más grandes. Dentro se pone
el alma del borono que suele ser un trozo de manteca de cerdo. Se cuecen en el
caldo de haber cocido las morcillas; son ricos para merendar aderezados con
azúcar y también fritos en rodajas como si de morcilla se tratase.
Hacer chorizos
Con 25 grs. de sal, 25 grs. de pimentón
dulce, 5 grs. de pimentón picante, 3 dientes de ajo, medio kilo de magro y
medio de tocino, elaboramos los chorizos de la siguiente manera: disolvemos el
pimentón y la sal con un poco de agua, picamos la carne y el tocino y le
echamos la mezcla del pimentón. Se amasa todo y se deja tres días al fresco.
Rellenar luego la tripa, atar, ahumar y curar.
Bibliografía
Las cosas del Candelario de Cantabria
(Volumen 2) (Gráficas Imgraft).
Millar y medio de refranes para Cantabria
(Ediciones Tantín).
Gran Enciclopedia de Cantabria (Editorial
Cantabria).
Grabados de Victoriano Polanco (Museo de
Bellas Artes de Santander).
Manual de Etnografía Cántabra (Ediciones
librería Estvdio).
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