miércoles, 21 de enero de 2015




El concierto de las brañas cántabras

Tudancas de Fidelín en el Selmo (Ruiloba)

     Actualmente constituyen, la mayor parte de las ocasiones, un adorno y, sin embargo, atesoran historia y los mimos de un artesano que supo dar vida a la materia inerte.

Antaño las diversas clases de ganadería pastaban libremente por las brañas y los dueños precisaban saber en todo momento su ubicación.

A veces llegaban mugidos de las trisconas vacas del país, balidos de las meritas o sobrias ovejas, relinchos de los “cerriles” o herederos directos de los famosos asturcones que originaron, a medias con sus jinetes cántabros, aquel movimiento estratégico copiado por las legiones romanas con el nombre de “cantábricus ímpetus”.

Pero esas señales no bastaban y el ingenio humano recurrió a la sonoridad del hierro, haciéndole más cantarín con el aditamento del cobre; así surgieron los campanos o cencerros.

Servando en su cabaña de Palombera

     Becerreros, piquetes, medianos, calderonas, zumbas ..., según sea su tamaño y majuelo. Con voz “macho” o “hembra”, individualmente caracterizada, denotan a mucha distancia acrecentando su sonido por el retumbar del monte. La presencia del ganado y su “cantar” se acompasan al ramoneo de la hierba, al del rumiar, dirigiendo el andar del dueño o del vaquero, que lo distingue de los ajenos, por el dédalo de canales, rebotando en las hayas color claro de luna, en los pinos de un sempiterno Belén que el paisaje alza por los vados y seles. Rebotando en los árboles sin sombra: eucaliptos que cambiaron sus hojas jóvenes por los folículos de su edad madura.

Cabaña de tudancas en el Selmo con sus dueños y el pastor.

Un sonido que solo cesa cuando los rumiantes “medan”, que es cuando “filosofan” estáticos, si es que los “sin razón” son capaces de ello.

Antes que los campanos fueran colgados del cuello de las reses surgieron, como es natural, los campaneros, artistas que llegaron a dominar la técnica de su construcción. Antaño, la Feria del 24 de Agosto, San Bartolomé en Lamasón,era denominada de los Campanos. De toda Liébana acudían a reparar y a mercar, trocándolos por quesos de Tresviso, de Aliva. Hogaño, tan solo conocemos dos campaneros: uno en Lamasón y a Pedro Buenaga, que reside en Portolín, y en cuyo taller recibimos todo un curso, aunque lo más conseguido por nuestra parte han sido las fotografías y las explicaciones que reflejamos en este trabajo.



      Primeramente, elección de la chapa de un grosor acorde con el tamaño, y éste, con el posterior destino. Cortar y dar forma a mano sobre la bigornia o yunque de fortuna para, a continuación, el acabado con el martillo. Resultará de una medida de siete centímetros de alto para becerreros; entre doce y quince, para novillas; de veinte centímetros o medianos serán utilizados por el jefe de la cabaña en ocasión de “mudas” o cambio de pastos.


                                                            Sobre la bigornia, recibe la primera forma ...

Mediante calor y golpes de martillo diestramente aplicados, se suturan los bordes verticales; se sujeta al exterior el asa, y en el interior la “carria” en Lamasón o “alcarria” en Portolín, de la que penderá en su momento el majuelo, golpeando en las “pedreras” o piezas que afirman, además, la sutura definitiva de los laterales.

... que se termina con ayuda del martillo.

La meticulosidad se acentúa en la siguiente operación: “adobe” en Portolín y “alambre” en Lamasón. La misma cosa para ambos lugares, y consiste en recubrir el campano de una torta formada por barro y paja o hierba, procurando que no exista ninguna falla. Conseguido esto, por el agujero inferior se introducen limaduras de cobre (antiguamente eran ochavos), que serán fundidas y darán el baño cobrizo al hierro utilizado.

 Comienza a envolverse el campano en la “torta”.

       Sometido a fuerte calor en el horno, que en lo antiguo era a fuelle y en la actualidad eléctrico, llega el momento que el artista estima oportuno para retirar una masa incandescente, que es obligada a rodar por el suelo, con el fin de que el cobre fundido se extienda lo más uniformemente posible. 

Preparado para el horno. Por el agujero se añadirá el cobre a fundir.

     A continuación se ejecuta el templado y, por último, es destruido el “adobe” o “alambre”, dejando al descubierto el campano ya cobreado, y que si presenta algunos puntos negros denotará haber existido alguna falla en la “torta” o pasta que ha recubierto al metal.

En el horno se efectúa la fundición del cobre.

Ya tenemos “casi” al campano. Su sonido es probado, y sobre el yunque, con sabios golpes dirigidos por constantes pruebas “a oreja” del artista, se le consigue dar la voz: “macho” o profunda, “hembra” o aguda.

La masa incandescente, al salir del horno.

       Colocado el majuelo, que será un trozo de varilla de hierro, de asta o, simplemente, de madera, según los casos y destinos, falta tan solo grabar la marca del dueño, la “garma” del pueblo. Los “marcos” serán una Z para Cieza; PD para Pedredo, en el Valle de Iguña; MO en Molledo, del mismo valle; QA, para Quintana de Toranzo ...

El artista procede al templado.

Después, sujetos por una correa de ancho acomodado, penderán de las reses, ora en sentido cadencioso, otrora en arrebatado volteo. Y en algunos lugares existirán, como un recuerdo de pasadas épocas.

Los llamados de “celemín”, por caber en su interior once kilos y medio de áridos (un celemín del país = tres de Castilla), o de “emina”, siete kilos o dos celemines castellanos. Ya en desuso estos tamaños, si se pregunta por estos lugares la causa de esta desaparición os dirán que el ganado actual apenas puede con ellos.

Con media torta, listo para sonar en cuanto le sea colocado el majuelo.


        Entre los de gran tamaño, aún tienen fama los de Don Baldomero, de Quijas, que paséan las ferias de rito. Surge ahora una discusión: ¿por qué estos artesanos montañeses no los hacen pequeños, turísticos?

El tamaño turístico, y me refiero al “nanu” (opina Pedro), no nos trae cuenta; los golpes de martillo se escapan a los dedos. Cierto que se hacen, pero con troquel. ¿Son iguales? Sí, dejando a salvo el tamaño; pero el sonido ... ¡Les falta lo humano!

 Grabado el “marco”, ya está dispuesto para el concierto de las brañas.

Para finalizar haremos referencia a un reportaje publicado en su día en el diario Alerta; se refería a la crisis que atraviesa la fabricación de los campanos. 

“Estruendos de noches marceras (rutona al canto), de vejaneras de Iguña y Toranzo, de San Silvestre carmoniego y hasta de viudos. Días de Antruido, de la “pasá”, de llegada de las cabañas que hicieron verano.

       Sonoridad de las cansinas parejas que acompasan el chirriar de las carretas y rabonas al tañer de los campanos, ... o estos al de aquellas. Estruendos en las aldeas de la tierra nuestra, que al presente se van apagando, usurpado su vozarrón por el jeroglífico de altavoces, porque los cencerros, los campanos, van desapareciendo.”

 Aguardando la colocación del “marco” o señal de propiedad.

Campanos de Cantabria... Jolgorio del paisaje, lentos como una pena y alegres de romería. ¡Qué dolor que se acaben!






Bibliografía:

Revista de prensa de Sniace
Fotografía: José Mª Sastre
Texto: Agapito Depás





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