El concierto de las brañas cántabras
Tudancas de Fidelín en el Selmo (Ruiloba)
Actualmente constituyen, la mayor parte de las
ocasiones, un adorno y, sin embargo, atesoran historia y los mimos de un
artesano que supo dar vida a la materia inerte.
Antaño
las diversas clases de ganadería pastaban libremente por las brañas y los
dueños precisaban saber en todo momento su ubicación.
A
veces llegaban mugidos de las trisconas vacas del país, balidos de las meritas
o sobrias ovejas, relinchos de los “cerriles” o herederos directos de los
famosos asturcones que originaron, a medias con sus jinetes cántabros, aquel
movimiento estratégico copiado por las legiones romanas con el nombre de
“cantábricus ímpetus”.
Pero
esas señales no bastaban y el ingenio humano recurrió a la sonoridad del
hierro, haciéndole más cantarín con el aditamento del cobre; así surgieron los
campanos o cencerros.
Servando en su cabaña de Palombera
Becerreros, piquetes, medianos, calderonas, zumbas
..., según sea su tamaño y majuelo. Con voz “macho” o “hembra”, individualmente
caracterizada, denotan a mucha distancia acrecentando su sonido por el retumbar
del monte. La presencia del ganado y su “cantar” se acompasan al ramoneo de la
hierba, al del rumiar, dirigiendo el andar del dueño o del vaquero, que lo
distingue de los ajenos, por el dédalo de canales, rebotando en las hayas color
claro de luna, en los pinos de un sempiterno Belén que el paisaje alza por los
vados y seles. Rebotando en los árboles sin sombra: eucaliptos que cambiaron
sus hojas jóvenes por los folículos de su edad madura.
Cabaña de tudancas en el Selmo con sus dueños y el pastor.
Un sonido que solo cesa cuando los rumiantes
“medan”, que es cuando “filosofan” estáticos, si es que los “sin razón” son
capaces de ello.
Antes
que los campanos fueran colgados del cuello de las reses surgieron, como es natural,
los campaneros, artistas que llegaron a dominar la técnica de su construcción.
Antaño, la Feria del 24 de Agosto, San Bartolomé en Lamasón,era denominada de
los Campanos. De toda Liébana acudían a reparar y a mercar, trocándolos por
quesos de Tresviso, de Aliva. Hogaño, tan solo conocemos dos campaneros: uno en
Lamasón y a Pedro Buenaga, que reside en Portolín, y en cuyo taller recibimos
todo un curso, aunque lo más conseguido por nuestra parte han sido las
fotografías y las explicaciones que reflejamos en este trabajo.
Primeramente, elección de la chapa de un grosor
acorde con el tamaño, y éste, con el posterior destino. Cortar y dar forma a
mano sobre la bigornia o yunque de fortuna para, a continuación, el acabado con
el martillo. Resultará de una medida de siete centímetros de alto para
becerreros; entre doce y quince, para novillas; de veinte centímetros o
medianos serán utilizados por el jefe de la cabaña en ocasión de “mudas” o
cambio de pastos.
Sobre la bigornia, recibe la primera forma ...
Mediante
calor y golpes de martillo diestramente aplicados, se suturan los bordes
verticales; se sujeta al exterior el asa, y en el interior la “carria” en
Lamasón o “alcarria” en Portolín, de la que penderá en su momento el majuelo,
golpeando en las “pedreras” o piezas que afirman, además, la sutura definitiva
de los laterales.
...
que se termina con ayuda del martillo.
La
meticulosidad se acentúa en la siguiente operación: “adobe” en Portolín y
“alambre” en Lamasón. La misma cosa para ambos lugares, y consiste en recubrir
el campano de una torta formada por barro y paja o hierba, procurando que no
exista ninguna falla. Conseguido esto, por el agujero inferior se introducen
limaduras de cobre (antiguamente eran ochavos), que serán fundidas y darán el
baño cobrizo al hierro utilizado.
Comienza
a envolverse el campano en la “torta”.
Sometido a fuerte calor en el horno, que en lo
antiguo era a fuelle y en la actualidad eléctrico, llega el momento que el
artista estima oportuno para retirar una masa incandescente, que es obligada a
rodar por el suelo, con el fin de que el cobre fundido se extienda lo más
uniformemente posible.
Preparado
para el horno. Por el agujero se añadirá el cobre a fundir.
A continuación se ejecuta el templado y, por último, es
destruido el “adobe” o “alambre”, dejando al descubierto el campano ya
cobreado, y que si presenta algunos puntos negros denotará haber existido
alguna falla en la “torta” o pasta que ha recubierto al metal.
En
el horno se efectúa la fundición del cobre.
Ya
tenemos “casi” al campano. Su sonido es probado, y sobre el yunque, con sabios
golpes dirigidos por constantes pruebas “a oreja” del artista, se le consigue
dar la voz: “macho” o profunda, “hembra” o aguda.
La masa incandescente, al salir del horno.
Colocado el majuelo, que será un trozo de varilla
de hierro, de asta o, simplemente, de madera, según los casos y destinos, falta
tan solo grabar la marca del dueño, la “garma” del pueblo. Los “marcos” serán
una Z para Cieza; PD para Pedredo, en el Valle de Iguña; MO en Molledo, del
mismo valle; QA, para Quintana de Toranzo ...
El
artista procede al templado.
Después,
sujetos por una correa de ancho acomodado, penderán de las reses, ora en
sentido cadencioso, otrora en arrebatado volteo. Y en algunos lugares
existirán, como un recuerdo de pasadas épocas.
Los
llamados de “celemín”, por caber en su interior once kilos y medio de áridos
(un celemín del país = tres de Castilla), o de “emina”, siete kilos o dos
celemines castellanos. Ya en desuso estos tamaños, si se pregunta por estos
lugares la causa de esta desaparición os dirán que el ganado actual apenas
puede con ellos.
Con
media torta, listo para sonar en cuanto le sea colocado el majuelo.
Entre los de gran tamaño, aún tienen fama los de
Don Baldomero, de Quijas, que paséan las ferias de rito. Surge ahora una
discusión: ¿por qué estos artesanos montañeses no los hacen pequeños,
turísticos?
El
tamaño turístico, y me refiero al “nanu” (opina Pedro), no nos trae cuenta; los
golpes de martillo se escapan a los dedos. Cierto que se hacen, pero con
troquel. ¿Son iguales? Sí, dejando a salvo el tamaño; pero el sonido ... ¡Les
falta lo humano!
Grabado el
“marco”, ya está dispuesto para el concierto de las brañas.
Para
finalizar haremos referencia a un reportaje publicado en su día en el diario
Alerta; se refería a la crisis que atraviesa la fabricación de los campanos.
“Estruendos de noches marceras (rutona al canto),
de vejaneras de Iguña y Toranzo, de San Silvestre carmoniego y hasta de viudos.
Días de Antruido, de la “pasá”, de llegada de las cabañas que hicieron verano.
Sonoridad de las cansinas parejas que acompasan el
chirriar de las carretas y rabonas al tañer de los campanos, ... o estos al de
aquellas. Estruendos en las aldeas de la tierra nuestra, que al presente se van
apagando, usurpado su vozarrón por el jeroglífico de altavoces, porque los
cencerros, los campanos, van desapareciendo.”
Campanos de Cantabria... Jolgorio del paisaje,
lentos como una pena y alegres de romería. ¡Qué dolor que se acaben!
Bibliografía:
Revista de prensa de Sniace
Fotografía: José Mª Sastre
Texto: Agapito Depás
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