miércoles, 28 de enero de 2015





Albarcas cántabras

El hombre, para defender sus pies de la escabrosidad del terreno, por resguardarlos de la humedad y suciedad, recurrió a los zapatos construidos en diversas formas y variados materiales.

En los viejos reinos de Cataluña, Galicia y Asturias, en las provincias de León y Cantabria, los hombres apelaron al elemento más abundante: la madera, y, verdaderos artífices, lograron dar acabado a una expresión que de historia, y por los nuevos tiempos se ha convertido en folklore.

Espots catalanes y zuecos gallegos; galochas y almadreñas leonesas; madreñes astures y albarcas de Cantabria. Nos vamos a referir a estas últimas.

Albarcas de Amado Gómez (Carmona) y utensilios para su fabricación

Cantarinas impenitentes por nuestras aldeas; enraberadas a las puertas de las escuelas y en el atrio de las iglesias. Rabisalseras en los bailes bajo las robledas, donde un Pepe el Trun, de Ruente, las hacía danzar al compás del periquín o un Ico el Portalau el día del Mozucu, en la bolera de la Hayuela. 

Pocos tolanos habrán portado albarcas con más gracia.

Correndonas como las de Luis Bustara, el pitero de Cos, que triscaron por las Ramblas barcelonesas en singular apuesta.

Místicas, enlutadas de brillante negro, como las estilizadas de mozas y beatas, peregrinas muchas veces, aquellas, a cien lugares casamenteros; remedando las pías en su acompasado sonido el eco de mil jaculatorias de embebidas novenas, frecuentes triduos e interminables despedidas a la salida de mil y un rosarios.

Ribereñas de fortuna de los pescadores furtivos; “remilgás” del mozo rondador y “posás” de los viejos que aún hacen equilibrios de la taberna al hogar. Atrayendo siempre la curiosidad extraña, como en un festival galés, donde una frase interrogatoria generalizada: “¿From Holland?”, es respondida por un montañés con todo su orgullo nativo: “From Spain. Only.”

El escritor cántabro Manuel Llano, en su obra Brañaflor (1931), dejó plasmada la variedad de tipos de Albarcas en Cantabria: "Albarcas negras, de cura rural, que brillan en el pórtico, en la ringlera de la feligresía; feligresía demócrata en que los tarugos del labrador infeliz ocupan la misma losa que los del terrateniente acaudalado, de repletos desvanes. Albarcas de señorita remilgada, también negras, de líneas más suaves, más ligeras, más brillantes. Albarcas blandas, sin la color de la alisa, sencillas, pulcras, de hidalgo. Albarcas tostadas, de mozo roncero. Albarcas recias, de pastor. Albarcas con argolla y remiendos de lata en las hendiduras. Albarcas de mozas, con bordados y tarugo leve y motas, a manera de recosido gentil.

Distintos modelos de decoración en la capilla de las albarcas: 
a) Riclones (Rionansa) b) Sarceda (Rionansa)
 c y d) Entrambasaguas (Campóo de Suso) e y f) Carmona

Industria y arte peregrino que tiene poesía, que tiene espíritu y colores y brotes negro de ingenio y características maravillosas de la habilidad campesina... ¡Albarcas pulidas de los mozos de Brañaflor, tan pintadas, tan señoras!"

El sonoro “tras-tras” va desapareciendo de las aldeas cántabras; quedan muestras, como las “piconas” campurrianas, las esbeltas del Real Valle de Iguña, las sobrias Carmoniegas. Quedaban artistas desperdigados por la Lomba, Cos, los Llares, Carrejo, Rioseco, Carmona…

Distintos modelos de albarcas:
a) Del garbanzo (Lebaniegas) b) Mochas o pastoras (Campurrianas)
 c) Piconas (Campurrianas) d) De pico de cuervo (Campurrianas)
 e) Mochas de clavo ( Campurrianas) f) De pico (Carmoniegas)

Encontramos uno en Valle de Cabuérniga; por la plaza de la Unión adelante, en la calle del Ricote, vivía Florencio Serdio Fernández, “nacíu y reconocíu” en Carmona. Forzosamente se respetaron algunos pasajes de sus explicaciones el popular dialecto original; en otros, y fueron los más, se tradujeron para hacer más comprensible la ciencia de la construcción de un par de albarcas.

“Pa jacelas”, lo primero (decía Florencio) era la madera: salce, abedul, nogal, alisa, “jaya” y algo el castaño. La más utilizada, la de “jaya”.

Albarcas en sus distintas fases y, a la izquierda, la "rebollá".

Explicó después que la corta se hacía en día bueno natural, pero teniendo en cuenta la luna, para que no se “montee”. Así, el haya sería cortada en la menguante de septiembre; la alisa en la creciente de mayo. ¿El abedul? En cualquiera.

Instrumentos de albarquero: a) Legra b) Gubia c) Compás
d) Barrenas e) Azuela f) Resoria g) Cuchillos h) Hacha

Convertidos los troncos en grandes tacos, aquellos en los que coincida, y procurarán evitarlo, la “caña” o corazón del árbol serán tratados con “calostros” (primera leche de la vaca después del parto) y quemados en ese punto precisamente, para evitar que se “jienda” o abra.

Y al socaire del portalón instala su “fábrica” el albarquero, en colaboración con las siguientes herramientas: hachas, azuelas, barrenos grandes, legras, rasorias, cuchillos. Como elementos indispensables, la “rebolla” o gran tocho de madera que le sirve a manera de yunque o “tajandiro”; el “taller”, sencillo utensilio de vigas cortas de madera adosado a la pared, y sus rodillas, sobre las que realizaba los trabajos más delicados.

Herramientas para la construcción de albarcas (Colección propia)

Florencio efectuaba, para nuestra curiosidad, todas las operaciones necesarias para construir una albarca, mientras facilitaba las correspondientes orientaciones, que extractamos y tradujimos a continuación:

1.- Aponer de jacha: Elegido el trozo de madera y colocado sobre la “rebolla”, se le da forma basta a golpes de hacha, quedando marcadas sus principales partes, operación que se efectúa utilizando el “ojímetro”.

El hacha va perfilando las primeras partes de la albarca en el tocho de madera.

2.- Azolar: Consiste en, mediante acertados golpes de “zuela”, ir desbastando la forma lograda en la primera operación. Tiene misterio, que se reduce a poseer un buen pulso y dar los golpes “asentaos”. Todavía burdamente, ya son reconocibles las diferentes partes: “calcaño” o trasera; “pico” o delantera; “pies”, o soportes para los “tarugos”; “papo” o superficie convexa del “pico”.

La azuela acaba de dar forma al pico.

3.- Jacer el fliquillo: Con un cuchillo se marca y resalta una especie de muesca para delimitar la parte delantera de la “boca”.

4.- Joyar: Colocada la pieza sobre la “rebolla”, se procede a abrir la “boca” que facilita posteriormente la “capilla” o parte interior de la albarca.

5.- Joracar: Con la barrena, se agujerea el interior. Para ello se coloca la pieza en el “taller”, sujeta con una cuña de madera. En esta operación interviene sobremanera el “ojímetro”.

Con la barrena se realizan los agujeros en el interior o "capilla" de la albarca.

6.- La medía: Con un pequeño listón de madera, graduado en centímetros condicionados, se toma la medida de los “joracos” realizados para ajustarlos al número en alpargatas, del cliente.

Cuando termina de joracar, viene la "medía".

7.- Legrar: En el mismo “taller” y con la herramienta llamada legra, se desbasta el interior o “capilla”. Requiere un esfuerzo conjunto de los brazos que dan fuerza, y del hombro, que dirije el trabajo.

El legrado; trabajo de maña y esfuerzo.

8.- Resoriar: Con la rasoria o “resoria”, se desbasta cuidadosamente el exterior.

9.- Empicar: Sobre las rodillas, y con un cuchillo, se acaba de refinar.

10.- Dibujar: Sigue el cuchillo en acción y con su punta se trazan los dibujos que, según las zonas o comarcas, reciben el nombre de “limuescas”, “bujeles” y “jamuescas”.

11.- Lijuar: Con papel de lija, se refinan finalmente por el exterior e interior, recibiendo en este último caso la operación el nombre de “alimpiar”.

12.- Pintar: Ultima operación, que consiste en, como su nombre indica, aplicar un barniz o colorante a la superficie exterior. Se realiza de tres formas: por medio de goma laca extendida con un “pincel de fortuna”, o un baño de pimentón disuelto en aceite, o la que resulta más clásica: “tostándolas” a la lumbre después de “pintás” con “calostros”.

El "pincel de fortuna" extiende cuidadosamente el barniz.

Si la albarca va a ir provista de “tarugos”, se construyen éstos (tres por cada una) en madera de avellano y a golpes de “zuela” y cuchillo. Estos “tarugos” son cambiables, porque se desgastan con el uso. La longitud de los mismos, una vez colocados, ha de ser tal que permitan al “papo” tropezar en el suelo al andar, produciéndose entonces el característico “tras-tras”.

Haciendo "tarugos".

Y para que la sucesión de golpes en el suelo no las “jienda”, se coloca, para más seguridad, un aro de cobre o hierro.

Estas descritas son utilizadas preferentemente por los hombres; las de mujer, más estilizadas, más ligeras, carecen de “tarugos” y llevan en su lugar, por lo general, unos tacos de goma clavados, además de ser pintadas con esmalte negro y llevar otra clase de “limuescas”.

Resultan de menor altura y reciben en algunas comarcas el nombre de “mazuelas” o albarcas zapateras.

He aquí una albarca terminada.

No resulta difícil caminar en ellas, ayudándose al principio de una “porra”, “picona” o bastón. Existe el peligro de “estorregase”, con la consiguiente torcedura del pie.

La ventaja que ofrecen es conservar el pie constantemente seco y limpio el escarpín o la alpargata, según lo que se calce, permitiendo entrar en las casas sin manchar al desproveerse de ellas el usuario cuando regresa de la calle. Para mayor comodidad aún, las calzará embutiendo pequeños manojos de yerba seca, que completan el carácter aislante.

 Cosme, artesano de Pando (Ruiloba), con albarcas y otros productos.

Albarcas cántabras, un recuerdo casi. Y, en tiempos, un lujo que solo se permitían utilizar cuando “repicaba en gordo” y calzaban alpargatas o escarpines los críos, que normalmente iban descalzos.


“Tras-tras” de las albarcas en las aldeas montañesas… Canción del recuerdo que, como una nana acompaña y adormece al pensamiento.




Bibliografía:

Revista de prensa de Sniace
Fotos: José Mª Sastre
Texto: Agapito Depás

Manual de etnografía de Cantabria

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