Los antiguos lavaderos de Ruiloba
Antiguamente, la gente
limpiaba su ropa golpeándola contra rocas y enjuagándola en arroyos. La arena
se usaba como un abrasivo para sacar la mugre. El jabón fue descubierto en la colina
romana de Sapo, donde las cenizas mezcladas con la grasa de los animales
sacrificados resultaron ser buenas para eliminar las manchas.
Comúnmente es conocida como chafardera aquella persona a la que le
gusta ir chismorreando y hablando intimidades del prójimo. Dicho término
proviene del catalán safareig (lavadero) y se utiliza desde que
antiguamente ese sitio era lugar de reunión de las mujeres que acudían a hacer
la colada y aprovechaban para hablar de aquellas personas que no estaban
presentes. Hemos de recordar que por entonces no existían las lavadoras y había
que acudir a lavar la ropa a los lavaderos públicos habilitados para tal
menester.
Del hecho de acudir a ese lugar nació la
locución “fer
safareig” (hacer
la colada) y como sinónimo “ir a cotillear” y/o hablar de los demás.
La palabra safareig derivó en xafardeig (chafardería)
y de ahí a xafardear (chafardear) y xafardero/a (chafardero/a), siendo desde
entonces habitual utilizarlas para referirse al acto y la persona que se dedica
a hablar de los demás.
Por último, cabe señalar que además en ese
lugar (los lavaderos públicos) nacieron otras expresiones muy relacionadas con
el tema, como es “lavar
los trapos sucios” en relación a contar intimidades de
otros y “hay
ropa tendida” como
modo de avisar que no se puede hablar de según qué cosa delante de una persona
determinada o de algún niño que no debe escuchar lo que se dice.
Los lavaderos
públicos fueron, durante los siglos XVIII y XIX, mucho más que un lugar de
lavar la ropa. Cada lavadero, que se ubicaba en las aldeas más pobladas de la
zona, congregaba cada tarde a decenas de mujeres que acudían cargadas con
cerradas cestas y calderos o baldes a lavar la ropa. La mayoría de ellos
fueron construidos en los años mil ochocientos veinte y treinta, una
infraestructura que fue un alivio para las espaldas de muchas de esas mujeres
que se pasaron media vida frotando con las pastillas de jabón agachadas, en la acequia, o en el río. Sin embargo con la llegada de la lavadora (que aunque se
inventó en el año 1901 no llegó a los hogares hasta los años 70), los lavaderos
quedaron relegados a un segundo plano. Hoy solo los románticos acuden a ellos y no para lavar; unos para
recordar, otros para tomar contacto con el pasado….; pero nadie niega que
fueron verdaderos centros de socialización del mundo rural.
Fuentes y lavaderos eran lugares de interrelación, vinculados a trabajos
femeninos y diurnos. Frecuentados
varias veces al día y situados en lugares de tránsito, en estos lugares se
intercambiaba información sobre comportamientos de los vecinos.
También esos fueron espacios a
propósito para manifestaciones de violencia, recolocando por estos medios a
las casas en la estima comunitaria, ya que: "esta mala voz está ya sazonando el platillo de todos los hogares de Ruiloba
y sitios públicos, como fuentes y lavaderos". Así lo afirmaba una ruilobana en 1789. Su marido se
encontraba ausente y ella lamentaba
que una de sus vecinas difundiera que ella la adeudaba maíz y negaba su
devolución al acreedor. Los comentarios de este tipo podrían dificultarle el
crédito de sus vecinos y menoscabo de la fianza personal que ese capital de
estima social podría ofrecer en las tiendas de abastecimientos.
Para éste y similares comportamientos, se establecían en las Ordenanzas Municipales una serie de normas de conducta de obligado cumplimiento dentro de dichos espacios, como son las que se indican en esta edición del año 1927, en el capítulo de Salubridad e Higiene:
Eran tiempos
de pobreza y miseria, años en los que la mayoría de los habitantes lograban
subsistir a base de una pequeña ganadería y una huerta. Una economía de
supervivencia, porque no había lujos ni se pretendían, pero cuando los
que vivieron aquellos años los recuerdan, siempre consiguen dejar de lado la
vivencia de la falta de todo para, sin embargo, rescatar del recuerdo los momentos
compartidos con los vecinos, cuando surgían los comentarios y las bromas y
siempre había lugar para la risa. Aquellas tertulias no premeditadas donde no
se servía ni café, ni pastas, ni se formaban corrillos en la mesa del salón,
son rememoradas con cariño y siempre tenían un escenario común: los lavaderos.
Distribución de los antiguos lavaderos ubicados en el el curso de redes fluviales
Estas
construcciones fueron lugar de encuentro de las mujeres y de confidencias
íntimas que la sociedad se negaba a escuchar, hervideros de lo bueno y lo
malo, donde además de sacar el negro de la ropa, se conseguía sacarlo
también del alma, en una época donde la pobreza dejaba poco tiempo para el
humor.
Sin embargo
no todos los municipios han actuado de la misma forma a la hora de conservar
estas muestras de la arquitectura rural. Tenemos que intentar aprovechar todos
sus recursos para poder hacerlos monumentos históricos, para el turismo que
visite Ruiloba.
Hasta la
generalización de la red de distribución de agua a las viviendas (que en el medio
rural del norte de España sucede muy entrada la segunda mitad del siglo XX) el
agua procedente de manantiales, arroyos y ríos era la empleada para el
abastecimiento humano, y este uso sucedía en espacios públicos comunitarios que
a largo del siglo XIX se van acondicionando para prestar un mejor servicio.
Junto a las fuentes y abrevaderos, base del aprovisionamiento humano y animal,
se obraron espacios para el lavado de la ropa. La construcción de las nociones
de servicio público y obra pública que sucede en España desde los últimos años
del siglo XIX y la declaración del suministro de agua como servicio público en
los años veinte contribuyeron de manera notable a la edificación de estas
instalaciones, que en estos años dejan de ser un pozo descubierto junto al abrevadero
para convertirse en edificios con cierta complejidad.
Pila del lavadero de la casa de la Obra Pía (2), en la aldea de Pando.
En las dos
últimas décadas del siglo XX se constata un creciente interés por recuperar el patrimonio
del mundo rural, del que forman parte estas construcciones.
En ello ha
tenido mucha responsabilidad lo manifestado en la Convención de Granada (1985)
sobre las nuevas categorías de patrimonio, en concreto la relativo a la arquitectura
rural y popular y la extensión del concepto mismo de patrimonio a las construcciones
de ingeniería (obras públicas). Una y otra categoría deben ser tenidas en cuenta
en el estudio de los abastecimientos de agua a las poblaciones, y en concreto a
los lavaderos de ropa, instalaciones con unas características constructivas
definidas por su función, y que dan lugar a tipos susceptibles de ser clasificados.
La labor de
identificación y catalogación es señalada por la mayoría de los autores (Ballester
1985; Martínez 1996) como el primer y necesario paso para apoyar la toma de decisiones
de los profesionales que deban intervenir sobre cada obra y su ámbito territorial,
y también fuente de información para los investigadores. Más aún, la carencia
de inventarios aparece como una razón que justifica diferentes comportamientos,
como son la débil protección que reciben estas obras de las políticas culturales,
el escaso aprecio que por ellas demuestran los ciudadanos, e incluso la destrucción
de muchas o la inversión de recursos en las menos importantes, porque al no
disponer de información fiable no se puede hacer una selección rigurosa de
aquello que realmente merece ser conservado.
Además de lo
relativo a formas y tipos constructivos y los materiales empleados, se aprecia la
repetición de otras variables que serán tenidas en cuenta. Entre ellas la
localización, determinada al menos por dos factores, que son la relativa
proximidad a un núcleo de población y la existencia de una fuente de agua
(manantial, arroyo). Lo observado hasta la fecha indica que predomina la localización
en las afueras de las poblaciones, pero próximos y relativamente bien conectados
con el núcleo y sus barrios mediante caminos de distinta categoría; la razón por
esta preferencia parece estar en la idea de salubridad, las ordenanzas de los
pueblos y juntas vecinales orientaban a que los lavaderos estuviesen en lugares
relativamente aislados como forma de prevenir la propagación de enfermedades infecciosas
a través del lavado comunitario de las ropas; tarea que era prohibida o
reglamentada estrictamente en caso de declaración de alguna epidemia.
Rincón del lavadero ubicado junto al muro sur del Convento de San José (3), en Pando.
Panorámica del lavadero y bebedero.
Normalmente, el agua surte antes al bebedero y su rebose al lavadero.
Los
lavaderos, por lo general, constituyen el elemento con mayor entidad física y
constructiva del conjunto de los abastecimientos, en especial los que se
construyen a partir de los años veinte del siglo pasado. Empezaron siendo
depósitos de agua descubiertos mínimamente acondicionados para la tarea que en
ellos se realizaba; con el fin de resguardar ese lugar de las inclemencias
meteorológicas y de la presencia de ganados se protegieron de distintas
maneras.
Lo que empezó
siendo un espacio meramente funcional acaba por convertirse en «lugar», un
espacio para la sociabilidad femenina, un espacio en el que las construcciones
expresan el valor emblemático del agua.
Constructiva
y funcionalmente lo determinante en un lavadero es la pila, que recibe nombres
variados (poza, pozo, pilón, pileta, cocino, balsa, piedra...) según las zonas
geográficas. Una pila es un depósito de agua que se encarga de recibir,
contener y evacuar un volumen de caudal, proceso que se desarrolla mediante captaciones,
canalizaciones y desagües, por lo general de concepción y construcción sencillas.
Los propios depósitos también son construcciones simples y adaptadas a la
topografía del terreno, no han originado grandes movimientos de tierras ni
infraestructuras costosas, sólo en ocasiones la necesidad de conectarse con una
red de distribución lejana (por ejemplo, cuando prescinden del manantial
original y se nutren del abastecimiento de la población) ha propiciado obras de
mayor envergadura.
Lavadero de Rupicos en el barrio de Pando (4)
La pila, con la entrada de agua a la izquierda y el rebosadero a la derecha.
Junto al arroyo que lo surte, cerca del molino y la cueva.
Antes de ser
una construcción específica con una funcionalidad determinada, los primeros
lavaderos fueron la roca natural en las orillas de ríos y arroyos. Esas piedras
más convenientes por su disposición y/o forma se empleaban como refregaderos en
los que manipular las prendas. Este concepto de piedra de lavar es el primero
que se aplica en las construcciones existentes para abastecimiento humano y
animal (fuentes y abrevaderos), diferenciando en ellas un espacio para el
lavado, consistente en un depósito descubierto delimitado por muretes en el que
el elemento que lo define es una piedra de lavar dispuesta con cierta
inclinación hacia el interior del depósito. Se percibe que es un elemento
añadido por el tipo de material empleado (distinta piedra, ladrillo recubierto
de mortero, hormigón) y su puesta en obra, o por cómo se resuelve la
circulación del agua, por ejemplo ubicando el lavadero a una cota ligeramente
inferior a la del abrevadero para aprovechar la gravedad.
Las pilas
pueden clasificarse atendiendo a diferentes criterios. Según la planta, existen
de planta cuadrada, rectangular, circular, pentagonal irregular, trapecial y
trapezoidal. Las más numerosas son las rectangulares, con dimensiones medias
que no sobrepasan los 5m para los lados largos y 3m los lados cortos. Por el
contrario, lavaderos de planta cuadrada y circular son menos frecuentes. La
planta pentagonal irregular parece corresponderse con un modelo constructivo
que se desarrolla en la década de 1950 al menos en una zona geográfica de
Cantabria (Lamasón) y también en Asturias (Diego 1992) y Álava (Azkárate 1994).
La pila puede estar ubicada a la cota del suelo o elevada sobre el terreno. En
el primer caso, que se corresponde con las pilas más antiguas, es el resultado
de una excavación y revestimiento del talud con piedra. Las pilas a cota de
suelo obligaban a que el lavado se hiciera con el cuerpo en posición agachada o
arrodillada, postura incómoda y cansada, de ahí que la elevación de las pozas
significase una mejora sustancial de la higiene postural de las personas
(mujeres) que lavaban y una mayor efectividad en la tarea.
Las pilas se
presentan exentas o adosadas a uno o más muros, en función de la concepción que
se haya planeado para el conjunto de la instalación. Pueden estar adosadas al
murete de una fuente o abrevadero contiguo, de los que reciben el agua; a un
talud de tierras reforzado; a uno, dos o incluso tres muros o muretes sobre los
que se apoya la cubierta que las protege. En función de ello el lavado es
posible por uno, dos, tres o los cuatro lados de la poza permitiendo así un
mayor o menor número de lavanderas simultáneas.
La escasa
capacidad de puestos de lavado motivó en ocasiones las quejas y posterior
ampliación del lavadero o la construcción de uno nuevo, como ponen de manifiesto
las fuentes documentales.
La pila puede
estar construida como depósito único o compartimentado en dos o tres más
pequeños separados entres sí por muretes transversales con acanaladuras u
orificios para permitir el trasvase de agua. Lo habitual es que sea en dos,
dedicando uno (el más cercano a la entrada del agua) para aclarado y el otro
para el enjabonado. Menos frecuente es que la pila sean varios depósitos
independientes (pequeñas pozas) relacionados entre si mediante el circuito por
donde discurre el agua. El elemento singular que poseen las pilas son los
refregaderos, la piedra de lavar propiamente dicha, planos inclinados que se
materializan en una piedra sobre los que se manipula la ropa, y cuya superficie
puede ser lisa o estriada para facilitar el lavado y la eliminación del agua.
Es menos frecuente, pero también se han localizado refregaderos que son superficies
horizontales. El material de que se han hecho las pilas ha variado a lo largo
del tiempo. Las referencias documentales indican que en las primeras se utilizó
la madera, al igual que en los abrevaderos, pero no se ha localizado ningún
resto. El material más efectivo y duradero ha sido la piedra, trabajada en
sillares o mampostería de grandes dimensiones, amalgamados con mortero de cal y
de cemento, según las épocas. El uso de la piedra en seco es frecuente en las
zonas donde la tradición de la cantería se ha mantenido desde siglos pasados.
Paraje donde bajo escombros permanecen los restos del lavadero del Barrio de la Iglesia (6)
Restos de paredes del acceso al lavadero.
Entrada de las aguas del arroyo de la Agüera al lavadero,
que metros más abajo se unían a las de la Cigoña.
A partir de
la mitad del siglo XX la piedra deja paso a pilas hechas de pequeño mampuesto o
ladrillo revestido con mortero de cemento, y de hormigón en masa. Es raro el
uso de ladrillo visto, a pesar de la relación de este material con las
construcciones vinculadas con el agua. Producto de reparaciones poco afortunadas
es la introducción reciente de materiales como losas de granito, mármol, piedra
artificial, gres cerámico, entre otros, o simplemente sucesivos revestimientos con
capas de mortero de cemento para sellar grietas o pérdida de material.
El depósito
recibe caudal de alguna fuente de agua, por lo general un afloramiento de manantial,
pero también puede ser alimentado por un curso de agua superficial. El
emplazamiento en la proximidad de la fuente de agua es una variable muy
repetida en estos abastecimientos antiguos, cuando se seca el manantial o muda
la surgencia el conjunto construido es trasladado hasta la nueva situación. En
los lavaderos actuales, unas veces se sigue alimentado del manantial y otras se
ha enganchado a la moderna red de distribución de la población. En otros casos
se ha mantenido el conjunto edificado pero sin agua.
Es frecuente
que el caudal llegue al lavadero en último lugar, después de pasar por la
fuente y el abrevadero. Es la situación más común entre los lavaderos más
antiguos, que se construían a continuación del abrevadero; el lavado de la ropa
ensuciaba el agua (ya no podía ser consumida por personas ni animales) y por
eso este era el último uso del ciclo.
Bajando de Trasierra a la playa de Luaña, a mano derecha y perdidos entre maleza y bajo montón de escombros, descansan para siempre los restos de otro desaparecido lavadero.
Aunque la
posición del lavadero no fuese contigua al abrevadero el modo en que se organizaba
la circulación del agua relegaba la tarea del lavado siempre al final, o la
independizaba. El modo habitual en que se producía el trasvase del caudal era
en lámina libre y por gravedad, mediante pequeñas canalizaciones descubiertas (surcos
excavados en el suelo y mínimamente revestidos) o tuberías (de plomo, pvc,
fibrocemento) alojadas en pequeños canales cubiertos. En contadas ocasiones el
agua ingresa en el lavadero por el fondo de la pila, situada directamente sobre
el afloramiento.
Una vez
usada, el agua es evacuada. Las pilas de los lavaderos disponen para ello de sistemas
de desagüe. Con frecuencia consistían en un desagüe de fondo (que se taponaba
con telas o esparto para el llenado de la pila y se liberaba para la limpieza
anual de la misma) y un rebosadero en la parte superior de uno de los muros.
Después se ha añadido un desagüe de medio fondo para facilitar el llenado
parcial de la pila y también el desagüe. Una vez fuera de la pila el agua
discurría libremente por el terreno.
Con la
construcción de la red de saneamiento en las zonas rurales se han conducido
estos caudales eliminados para ser evacuados a través de ella.
El recinto
del lavadero (la pila y el espacio en torno a ella generado) podía protegerse
de varias maneras, la más frecuente mediante la cubrición del conjunto.
No es posible
precisar con exactitud en qué momento se cubren los lavaderos ya existentes,
pero no parece ser antes de las dos primeras décadas del siglo XX. En cambio,
los construidos a partir de los años cuarenta ya se proyectaban y ejecutaban
con cubierta.
Ubicación de los lavaderos más recientemente construidos.
Cubrirse era
solo un modo de proteger el lavadero, pero se han registrado otros, por ejemplo
rodearse de un muro de mayor o menor altura que permitía el resguardo de los
vientos dominantes y también de los animales que acudían al abrevadero
contiguo. En cualquier caso los lavaderos con cubierta se convierten en el
icono del espacio de lavado, porque da lugar a una instalación mucho más
destacada y visible, además de confortable para desarrollar las tareas de
limpieza.
Al trabajo
del arquitecto Ángel Hernández Morales, quien entre 1940 y 1975 trabajó para la Diputación de Cantabria,
se deben los lavaderos de los diferentes barrios de Ruiloba, que contienen las
claves más reconocidas de la obra de este profesional, como son el tratamiento
de los volúmenes, los materiales y en especial la cubierta, que consiste en una
delgada losa de hormigón dispuesta con un quiebro; es innovador también el
tratamiento de los muros calados con ventanas fijas formadas por pequeños marcos
ejecutados con mortero armado y cristal, lo que proporciona luminosidad al
interior. El juego de los planos de cubierta y el uso de la luz contrastan
vivamente con los habituales muros ciegos y cubierta de teja árabe a dos aguas
comúnmente empleados en este tipo de edificio y en esta región.
Con la paulatina instauración también de las redes públicas que abastecían de agua potable a los domicilios, y una vez que dejaron de tener la utilidad para la que fueron creados, la mayoría de los lavaderos en uso que existían en Ruiloba fueron recientemente reformados y habilitados para distintos usos del Consistorio, como almacenes o centros de ocio conservando, eso si, su utilidad como fuentes públicas.
Ruilobuca
Fachada sur del lavadero de Ruilobuca (1), ya reformado.
Parte posterior, donde existía un bebedero ya eliminado.
La fuente del lavadero en los años 60.
Pando
Lavadero de Pando (2), después de su reforma.
Centro de actividades y local de telecomunicaciones.
Aspecto original del lavadero.
Concha
El de Concha (3), el único que conserva la apariencia original.
La pila con sus dos espacios (lavado y aclarado), y el muro para depositar la ropa.
Fuente, y a su lado dispositivo que impide el paso al ganado.
Casasola
Fachada oeste (con la fuente y el bebedero) del lavadero de Casasola (4)
Fachada norte. La entrada se sitúa en la fachada del mediodía.
Sierra
Lavadero de Sierra (5), una vez reformado.
Detalle de la fuente.
Tejado a dos aguas y cierre de huecos y ventanales.
Trasierra
Lavadero de Trasierra (6), actualmente para usos múltiples.
Fachadas sur y este.
El edificio carece de bebedero y fuente.
Barrio de la Iglesia
Antiguo matadero, posteriormente lavadero del Barrio (7), y actualmente almacén de obras.
Fuente pública del lavadero.
Conjunto de fuente y bebedero.
La
funcionalidad parece ser el valor más ponderado en los lavaderos. Por ello al abandonarse
la labor allí realizada (el lavado manual de la ropa) desaparece el interés por
este lugar. Pero no tiene porque ser así, son construcciones que atesoran más
interés que el de su función, expresan también una forma de construir o un
valor simbólico que aún permanece en la memoria colectiva de las gentes, no en
vano funcionaron como espacios privilegiados para la sociabilidad de la
población femenina rural. Ser consciente de su significado y potencialidad
permitirá recuperar sus valores, lo que muchas veces implicará recuperar el
hecho físico del lavadero y esto debería hacerse respetando el concepto, las
formas y el espacio en torno a él generado.
Recuperar
estas obras significa recuperar las señas de identidad del grupo humano que les
dio sentido. Por ello las tareas de conservación y/o rehabilitación deben ser
rigurosas y planeadas por profesionales, es el único modo de evitar las
actuaciones bienintencionadas pero desafortunadas que con la única premisa de
consolidar lo construido introducen materiales, tipos y formas que poco tienen
que ver con las buenas prácticas de la rehabilitación.
Bibliografía:
Blog
Alfred López
Tomás Sánchez San Emeterio, natural de Argoños.
M. Ruiz-Bedia, P. Morante Diaz y C. Ruiz Pardo (Formas y
tipos constructivos de lavaderos públicos, 1880-1950)
Referencias:
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valle de Cuartango. Álava
Ballester, J.M. 1985. «Las obras públicas: una nueva dimensión
del patrimonio» Los Cuadernos de Cauce 2000. 9: 1-12
Berrocal, A. et al. 2011. Patrimonio
rural disperso. Madrid: FMA
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guía del patrimonio hidráulico de Andalucía.
Sevilla: Agencia Andaluza del Agua
Catalán Monzón, F. 2005. Fuentes
de Málaga. Sus aguas, las ciencias y sus cosas. Málaga: Diputación
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institucional y servicios municipales. Una historia del servicio público de
abastecimiento de agua. Granada:
Editorial Comares
Medianero, J.M. 1997. «Notas y apuntes sobre los lavaderos públicos
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y lavaderos en la sierra de Huelva.
Huelva: Diputación
Pérez Bustamante, R; Baró Pazos, J. 1988. El gobierno y la administración de
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Pérez Sánchez, J.L; Campuzano Ruiz, E; Martínez Ruiz, E. 1995.
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Remolina, J.M. 2011. Pautas
para la interpretación de la arquitectura de Ángel Hernández Morales
(1911-2008). Santander: CEM
Ruiz-Bedia, M. et al 2010. «Catálogo del patrimonio industrial
y de las obras públicas del valle del Nansa» en Programa Patrimonio y Territorio. Valle del
Nansa. Santander: Fundación Marcelino Botín.
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