Genio y figura
Hubo en Ruilobuca talento
e ingenio para asombrarnos.
Ejemplo de contagiosa locura,
para enfrentarnos a la cordura
de los que pretenden enderezarnos.
Marcó con su aspecto tendencias,
y tuvo mil ocurrencias.
Con brebajes a base de ortigas
fue el más diestro de los druidas
para curar nuestras dolencias.
Concibió retorcidos cayados
para desencorvar nuestra osamenta,
y sin embargo quiso enderezar
la torre que torcida se sustenta.
Fue en el Madison Square Garden
y corría el año treinta y cinco.
Uzcudun cae ante el Bombardero
y, cual héroe justiciero,
Ico saltó a la lona de un brinco.
Para desfacer tamaña injusticia
al “réferi” le descerrajó tal mascá,
que hasta el puesto del “espiquer”
mandó a parar la quijá.
Navegante de los siete mares,
en su boca un diente de oro brillaba.
Diente de aquel tiburón
que a las aguas de Terranova,
en lucha tan desigual,
con sus manos le arrebataba.
Se carteaba con su Alteza
y tenía dotes de adivinador,
pues regaló una tercera pata
para cuando le diera la lata
la cadera al Borbón Regidor.
También participó en la batida
en recóndito bosque tenebroso,
donde abatió feroz y temible oso
poniendo en riesgo su vida.
Cuando en torno a la hoguera dormían
pudo él contemplar con sorpresa,
al plantígrado levantarse
ponerse su piel y alejarse,
para perderse entre una niebla espesa.
De su boca muchas historias
tuve la suerte de escuchar.
Hoy a los críos ya no les interesa
oírlas,
ni a los viejos tenerlas que contar.
Este es el trajín que tenía
aquel personaje sin par,
pues era de todos sabido
que trataba de poner derecho lo torcido
y que lo recto se empeñaba en curvar.
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