jueves, 19 de noviembre de 2015




Los antiguos lavaderos de Ruiloba



Antiguamente, la gente limpiaba su ropa golpeándola contra rocas y enjuagándola en arroyos. La arena se usaba como un abrasivo para sacar la mugre. El jabón fue descubierto en la colina romana de Sapo, donde las cenizas mezcladas con la grasa de los animales sacrificados resultaron ser buenas para eliminar las manchas. 



Comúnmente es conocida como chafardera aquella persona a la que le gusta ir chismorreando y hablando intimidades del prójimo. Dicho término proviene del catalán safareig (lavadero) y se utiliza desde que antiguamente ese sitio era lugar de reunión de las mujeres que acudían a hacer la colada y aprovechaban para hablar de aquellas personas que no estaban presentes. Hemos de recordar que por entonces no existían las lavadoras y había que acudir a lavar la ropa a los lavaderos públicos habilitados para tal menester.


Del hecho de acudir a ese lugar nació la locución “fer safareig” (hacer la colada)  y como sinónimo “ir a cotillear” y/o hablar de los demás.
La palabra safareig derivó en xafardeig (chafardería) y de ahí a xafardear (chafardear) y xafardero/a (chafardero/a), siendo desde entonces habitual utilizarlas para referirse al acto y la persona que se dedica a hablar de los demás.
Por último, cabe señalar que además en ese lugar (los lavaderos públicos) nacieron otras expresiones muy relacionadas con el tema, como es “lavar los trapos sucios” en relación a contar intimidades de otros y “hay ropa tendida” como modo de avisar que no se puede hablar de según qué cosa delante de una persona determinada o de algún niño que no debe escuchar lo que se dice.


 Los lavaderos públicos fueron, durante los siglos XVIII y XIX, mucho más que un lugar de lavar la ropa. Cada lavadero, que se ubicaba en las aldeas más pobladas de la zona, congregaba cada tarde a decenas de mujeres que acudían cargadas con  cerradas cestas y calderos o baldes a lavar la ropa. La mayoría de ellos fueron construidos en los años mil ochocientos veinte y treinta, una infraestructura que fue un alivio para las espaldas de muchas de esas mujeres que se pasaron media vida frotando con las pastillas de jabón agachadas, en la acequia, o en el río. Sin embargo con la llegada de la lavadora (que aunque se inventó en el año 1901 no llegó a los hogares hasta los años 70), los lavaderos quedaron relegados a un segundo plano. Hoy solo los románticos  acuden a ellos y no para lavar; unos para recordar, otros para tomar contacto con el pasado….; pero nadie niega que fueron verdaderos centros de socialización del mundo rural.



Fuentes y lavaderos eran lugares de interrelación, vinculados a traba­jos femeninos y diurnos. Frecuentados varias veces al día y situados en lu­gares de tránsito, en estos lugares se intercambiaba información sobre com­portamientos de los vecinos.

También esos fueron espacios a propósito pa­ra manifestaciones de violencia, recolocando por estos medios a las casas en la estima comunitaria, ya que: "esta mala voz está ya sazonando el platillo de todos los hogares de Ruiloba y sitios públicos, como fuentes y lava­deros". Así lo afirmaba una ruilobana en 1789. Su marido se encontraba au­sente y ella lamentaba que una de sus vecinas difundiera que ella la adeu­daba maíz y negaba su devolución al acreedor. Los comentarios de este tipo podrían dificultarle el crédito de sus vecinos y menoscabo de la fianza per­sonal que ese capital de estima social podría ofrecer en las tiendas de abas­tecimientos.

Para éste y similares comportamientos, se establecían en las Ordenanzas Municipales una serie de normas de conducta de obligado cumplimiento dentro de dichos espacios, como son las que se indican en esta edición del año 1927, en el capítulo de Salubridad e Higiene:





Eran tiempos de pobreza y miseria, años en los que la mayoría de los habitantes lograban subsistir a base de una pequeña ganadería y una huerta.  Una economía de supervivencia, porque no había lujos ni se pretendían, pero cuando los que vivieron aquellos años los recuerdan, siempre consiguen dejar de lado la vivencia de la falta de todo para, sin embargo, rescatar del recuerdo los momentos compartidos con los vecinos, cuando surgían los comentarios y las bromas y siempre había lugar para la risa. Aquellas tertulias no premeditadas donde no se servía ni café, ni pastas, ni se formaban corrillos en la mesa del salón, son rememoradas con cariño y siempre tenían un escenario común: los lavaderos.

Distribución de los antiguos lavaderos ubicados en el el curso de redes fluviales

Estas construcciones fueron lugar de encuentro de las mujeres y de confidencias íntimas  que la sociedad se negaba a escuchar, hervideros de lo bueno y lo malo, donde además de sacar el negro de la ropa, se  conseguía sacarlo también del alma, en una época donde la pobreza dejaba poco tiempo para el humor. 

Sin embargo no todos los municipios han actuado de la misma forma a la hora de conservar estas muestras de la arquitectura rural. Tenemos que intentar aprovechar todos sus recursos para poder hacerlos monumentos históricos, para el turismo que visite Ruiloba.


Restos del manantial, lavadero y abrevadero del Rior (1), en Ruilobuca. 


Con la estacionalidad, varia el caudal de manera sustancial. El Rior (1) en Ruilobuca.


Boceto de lo que en su día fue con la cubierta.


Hasta la generalización de la red de distribución de agua a las viviendas (que en el medio rural del norte de España sucede muy entrada la segunda mitad del siglo XX) el agua procedente de manantiales, arroyos y ríos era la empleada para el abastecimiento humano, y este uso sucedía en espacios públicos comunitarios que a largo del siglo XIX se van acondicionando para prestar un mejor servicio. Junto a las fuentes y abrevaderos, base del aprovisionamiento humano y animal, se obraron espacios para el lavado de la ropa. La construcción de las nociones de servicio público y obra pública que sucede en España desde los últimos años del siglo XIX y la declaración del suministro de agua como servicio público en los años veinte contribuyeron de manera notable a la edificación de estas instalaciones, que en estos años dejan de ser un pozo descubierto junto al abrevadero para convertirse en edificios con cierta complejidad.

 Pila del lavadero de la casa de la Obra Pía (2), en la aldea de Pando.


Vista general del mismo lavadero.


Acceso tapiado al lavadero, desde el callejón que conduce al de "las monjas".


En las dos últimas décadas del siglo XX se constata un creciente interés por recuperar el patrimonio del mundo rural, del que forman parte estas construcciones.

En ello ha tenido mucha responsabilidad lo manifestado en la Convención de Granada (1985) sobre las nuevas categorías de patrimonio, en concreto la relativo a la arquitectura rural y popular y la extensión del concepto mismo de patrimonio a las construcciones de ingeniería (obras públicas). Una y otra categoría deben ser tenidas en cuenta en el estudio de los abastecimientos de agua a las poblaciones, y en concreto a los lavaderos de ropa, instalaciones con unas características constructivas definidas por su función, y que dan lugar a tipos susceptibles de ser clasificados.

Abertura en el muro del lavadero de la Obra Pía, 
cuyo rebose surte de agua al lavadero de "las monjas".

La labor de identificación y catalogación es señalada por la mayoría de los autores (Ballester 1985; Martínez 1996) como el primer y necesario paso para apoyar la toma de decisiones de los profesionales que deban intervenir sobre cada obra y su ámbito territorial, y también fuente de información para los investigadores. Más aún, la carencia de inventarios aparece como una razón que justifica diferentes comportamientos, como son la débil protección que reciben estas obras de las políticas culturales, el escaso aprecio que por ellas demuestran los ciudadanos, e incluso la destrucción de muchas o la inversión de recursos en las menos importantes, porque al no disponer de información fiable no se puede hacer una selección rigurosa de aquello que realmente merece ser conservado.

Además de lo relativo a formas y tipos constructivos y los materiales empleados, se aprecia la repetición de otras variables que serán tenidas en cuenta. Entre ellas la localización, determinada al menos por dos factores, que son la relativa proximidad a un núcleo de población y la existencia de una fuente de agua (manantial, arroyo). Lo observado hasta la fecha indica que predomina la localización en las afueras de las poblaciones, pero próximos y relativamente bien conectados con el núcleo y sus barrios mediante caminos de distinta categoría; la razón por esta preferencia parece estar en la idea de salubridad, las ordenanzas de los pueblos y juntas vecinales orientaban a que los lavaderos estuviesen en lugares relativamente aislados como forma de prevenir la propagación de enfermedades infecciosas a través del lavado comunitario de las ropas; tarea que era prohibida o reglamentada estrictamente en caso de declaración de alguna epidemia.

Rincón del lavadero ubicado junto al muro sur del Convento de San José (3), en Pando.


Panorámica del lavadero y bebedero.


Normalmente, el agua surte antes al bebedero y su rebose al lavadero.


Los lavaderos, por lo general, constituyen el elemento con mayor entidad física y constructiva del conjunto de los abastecimientos, en especial los que se construyen a partir de los años veinte del siglo pasado. Empezaron siendo depósitos de agua descubiertos mínimamente acondicionados para la tarea que en ellos se realizaba; con el fin de resguardar ese lugar de las inclemencias meteorológicas y de la presencia de ganados se protegieron de distintas maneras.

Lo que empezó siendo un espacio meramente funcional acaba por convertirse en «lugar», un espacio para la sociabilidad femenina, un espacio en el que las construcciones expresan el valor emblemático del agua.

Constructiva y funcionalmente lo determinante en un lavadero es la pila, que recibe nombres variados (poza, pozo, pilón, pileta, cocino, balsa, piedra...) según las zonas geográficas. Una pila es un depósito de agua que se encarga de recibir, contener y evacuar un volumen de caudal, proceso que se desarrolla mediante captaciones, canalizaciones y desagües, por lo general de concepción y construcción sencillas. Los propios depósitos también son construcciones simples y adaptadas a la topografía del terreno, no han originado grandes movimientos de tierras ni infraestructuras costosas, sólo en ocasiones la necesidad de conectarse con una red de distribución lejana (por ejemplo, cuando prescinden del manantial original y se nutren del abastecimiento de la población) ha propiciado obras de mayor envergadura.

 Lavadero de Rupicos en el barrio de Pando (4)


La pila, con la entrada de agua a la izquierda y el rebosadero a la derecha.


Junto al arroyo que lo surte, cerca del molino y la cueva.

Antes de ser una construcción específica con una funcionalidad determinada, los primeros lavaderos fueron la roca natural en las orillas de ríos y arroyos. Esas piedras más convenientes por su disposición y/o forma se empleaban como refregaderos en los que manipular las prendas. Este concepto de piedra de lavar es el primero que se aplica en las construcciones existentes para abastecimiento humano y animal (fuentes y abrevaderos), diferenciando en ellas un espacio para el lavado, consistente en un depósito descubierto delimitado por muretes en el que el elemento que lo define es una piedra de lavar dispuesta con cierta inclinación hacia el interior del depósito. Se percibe que es un elemento añadido por el tipo de material empleado (distinta piedra, ladrillo recubierto de mortero, hormigón) y su puesta en obra, o por cómo se resuelve la circulación del agua, por ejemplo ubicando el lavadero a una cota ligeramente inferior a la del abrevadero para aprovechar la gravedad.

Las pilas pueden clasificarse atendiendo a diferentes criterios. Según la planta, existen de planta cuadrada, rectangular, circular, pentagonal irregular, trapecial y trapezoidal. Las más numerosas son las rectangulares, con dimensiones medias que no sobrepasan los 5m para los lados largos y 3m los lados cortos. Por el contrario, lavaderos de planta cuadrada y circular son menos frecuentes. La planta pentagonal irregular parece corresponderse con un modelo constructivo que se desarrolla en la década de 1950 al menos en una zona geográfica de Cantabria (Lamasón) y también en Asturias (Diego 1992) y Álava (Azkárate 1994). La pila puede estar ubicada a la cota del suelo o elevada sobre el terreno. En el primer caso, que se corresponde con las pilas más antiguas, es el resultado de una excavación y revestimiento del talud con piedra. Las pilas a cota de suelo obligaban a que el lavado se hiciera con el cuerpo en posición agachada o arrodillada, postura incómoda y cansada, de ahí que la elevación de las pozas significase una mejora sustancial de la higiene postural de las personas (mujeres) que lavaban y una mayor efectividad en la tarea.

Antiguo lavadero del barrio de Concha (5).

Puente de acceso al lavadero.

Fuente que se encuentra unos metros río arriba.

Las pilas se presentan exentas o adosadas a uno o más muros, en función de la concepción que se haya planeado para el conjunto de la instalación. Pueden estar adosadas al murete de una fuente o abrevadero contiguo, de los que reciben el agua; a un talud de tierras reforzado; a uno, dos o incluso tres muros o muretes sobre los que se apoya la cubierta que las protege. En función de ello el lavado es posible por uno, dos, tres o los cuatro lados de la poza permitiendo así un mayor o menor número de lavanderas simultáneas.

La escasa capacidad de puestos de lavado motivó en ocasiones las quejas y posterior ampliación del lavadero o la construcción de uno nuevo, como ponen de manifiesto las fuentes documentales.

La pila puede estar construida como depósito único o compartimentado en dos o tres más pequeños separados entres sí por muretes transversales con acanaladuras u orificios para permitir el trasvase de agua. Lo habitual es que sea en dos, dedicando uno (el más cercano a la entrada del agua) para aclarado y el otro para el enjabonado. Menos frecuente es que la pila sean varios depósitos independientes (pequeñas pozas) relacionados entre si mediante el circuito por donde discurre el agua. El elemento singular que poseen las pilas son los refregaderos, la piedra de lavar propiamente dicha, planos inclinados que se materializan en una piedra sobre los que se manipula la ropa, y cuya superficie puede ser lisa o estriada para facilitar el lavado y la eliminación del agua. Es menos frecuente, pero también se han localizado refregaderos que son superficies horizontales. El material de que se han hecho las pilas ha variado a lo largo del tiempo. Las referencias documentales indican que en las primeras se utilizó la madera, al igual que en los abrevaderos, pero no se ha localizado ningún resto. El material más efectivo y duradero ha sido la piedra, trabajada en sillares o mampostería de grandes dimensiones, amalgamados con mortero de cal y de cemento, según las épocas. El uso de la piedra en seco es frecuente en las zonas donde la tradición de la cantería se ha mantenido desde siglos pasados.

Paraje donde bajo escombros permanecen los restos del lavadero del Barrio de la Iglesia (6)


 Restos de paredes del acceso al lavadero.


Entrada de las aguas del arroyo de la Agüera al lavadero, 
que metros más abajo se unían a las de la Cigoña. 


A partir de la mitad del siglo XX la piedra deja paso a pilas hechas de pequeño mampuesto o ladrillo revestido con mortero de cemento, y de hormigón en masa. Es raro el uso de ladrillo visto, a pesar de la relación de este material con las construcciones vinculadas con el agua. Producto de reparaciones poco afortunadas es la introducción reciente de materiales como losas de granito, mármol, piedra artificial, gres cerámico, entre otros, o simplemente sucesivos revestimientos con capas de mortero de cemento para sellar grietas o pérdida de material.

El depósito recibe caudal de alguna fuente de agua, por lo general un afloramiento de manantial, pero también puede ser alimentado por un curso de agua superficial. El emplazamiento en la proximidad de la fuente de agua es una variable muy repetida en estos abastecimientos antiguos, cuando se seca el manantial o muda la surgencia el conjunto construido es trasladado hasta la nueva situación. En los lavaderos actuales, unas veces se sigue alimentado del manantial y otras se ha enganchado a la moderna red de distribución de la población. En otros casos se ha mantenido el conjunto edificado pero sin agua.

Es frecuente que el caudal llegue al lavadero en último lugar, después de pasar por la fuente y el abrevadero. Es la situación más común entre los lavaderos más antiguos, que se construían a continuación del abrevadero; el lavado de la ropa ensuciaba el agua (ya no podía ser consumida por personas ni animales) y por eso este era el último uso del ciclo.





Bajando de Trasierra a la playa de Luaña, a mano derecha y perdidos entre maleza y bajo montón de escombros, descansan para siempre los restos de otro desaparecido lavadero. 

Aunque la posición del lavadero no fuese contigua al abrevadero el modo en que se organizaba la circulación del agua relegaba la tarea del lavado siempre al final, o la independizaba. El modo habitual en que se producía el trasvase del caudal era en lámina libre y por gravedad, mediante pequeñas canalizaciones descubiertas (surcos excavados en el suelo y mínimamente revestidos) o tuberías (de plomo, pvc, fibrocemento) alojadas en pequeños canales cubiertos. En contadas ocasiones el agua ingresa en el lavadero por el fondo de la pila, situada directamente sobre el afloramiento.

Una vez usada, el agua es evacuada. Las pilas de los lavaderos disponen para ello de sistemas de desagüe. Con frecuencia consistían en un desagüe de fondo (que se taponaba con telas o esparto para el llenado de la pila y se liberaba para la limpieza anual de la misma) y un rebosadero en la parte superior de uno de los muros. Después se ha añadido un desagüe de medio fondo para facilitar el llenado parcial de la pila y también el desagüe. Una vez fuera de la pila el agua discurría libremente por el terreno.


                 ... y los nuevos lavaderos.

Con la construcción de la red de saneamiento en las zonas rurales se han conducido estos caudales eliminados para ser evacuados a través de ella.

El recinto del lavadero (la pila y el espacio en torno a ella generado) podía protegerse de varias maneras, la más frecuente mediante la cubrición del conjunto.

No es posible precisar con exactitud en qué momento se cubren los lavaderos ya existentes, pero no parece ser antes de las dos primeras décadas del siglo XX. En cambio, los construidos a partir de los años cuarenta ya se proyectaban y ejecutaban con cubierta.

Ubicación de los lavaderos más recientemente construidos.


Cubrirse era solo un modo de proteger el lavadero, pero se han registrado otros, por ejemplo rodearse de un muro de mayor o menor altura que permitía el resguardo de los vientos dominantes y también de los animales que acudían al abrevadero contiguo. En cualquier caso los lavaderos con cubierta se convierten en el icono del espacio de lavado, porque da lugar a una instalación mucho más destacada y visible, además de confortable para desarrollar las tareas de limpieza.

Al trabajo del arquitecto Ángel Hernández Morales, quien entre 1940 y 1975 trabajó para la Diputación de Cantabria, se deben los lavaderos de los diferentes barrios de Ruiloba, que contienen las claves más reconocidas de la obra de este profesional, como son el tratamiento de los volúmenes, los materiales y en especial la cubierta, que consiste en una delgada losa de hormigón dispuesta con un quiebro; es innovador también el tratamiento de los muros calados con ventanas fijas formadas por pequeños marcos ejecutados con mortero armado y cristal, lo que proporciona luminosidad al interior. El juego de los planos de cubierta y el uso de la luz contrastan vivamente con los habituales muros ciegos y cubierta de teja árabe a dos aguas comúnmente empleados en este tipo de edificio y en esta región.

Con la paulatina instauración también de las redes públicas que abastecían de agua potable a los domicilios, y una vez que dejaron de tener la utilidad para la que fueron creados, la mayoría de los lavaderos en uso que existían en Ruiloba fueron recientemente reformados y habilitados para distintos usos del Consistorio, como almacenes o centros de ocio conservando, eso si, su utilidad como fuentes públicas.

Ruilobuca

                                Fachada sur del lavadero de Ruilobuca (1), ya reformado.


 Parte posterior, donde existía un bebedero ya eliminado.


La fuente del lavadero en los años 60.


Pando

 Lavadero de Pando (2), después de su reforma.

 Centro de actividades y local de telecomunicaciones.

Aspecto original del lavadero.

Concha


El de Concha (3), el único que conserva la apariencia original.

 La pila con sus dos espacios (lavado y aclarado), y el muro para depositar la ropa.

Fuente, y a su lado dispositivo que impide el paso al ganado.

Casasola

Fachada oeste (con la fuente y el bebedero) del lavadero de Casasola (4)

 Fachada norte. La entrada se sitúa en la fachada del mediodía.

          Sierra

 Lavadero de Sierra (5), una vez reformado.


 Detalle de la fuente.


Tejado a dos aguas y cierre de huecos y ventanales.

          Trasierra

 Lavadero de Trasierra (6), actualmente para usos múltiples.


 Fachadas sur y este.


El edificio carece de bebedero y fuente.


Barrio de la Iglesia

 Antiguo matadero, posteriormente lavadero del Barrio (7), y actualmente almacén de obras.


 Fuente pública del lavadero.


Conjunto de fuente y bebedero.

La funcionalidad parece ser el valor más ponderado en los lavaderos. Por ello al abandonarse la labor allí realizada (el lavado manual de la ropa) desaparece el interés por este lugar. Pero no tiene porque ser así, son construcciones que atesoran más interés que el de su función, expresan también una forma de construir o un valor simbólico que aún permanece en la memoria colectiva de las gentes, no en vano funcionaron como espacios privilegiados para la sociabilidad de la población femenina rural. Ser consciente de su significado y potencialidad permitirá recuperar sus valores, lo que muchas veces implicará recuperar el hecho físico del lavadero y esto debería hacerse respetando el concepto, las formas y el espacio en torno a él generado.

Recuperar estas obras significa recuperar las señas de identidad del grupo humano que les dio sentido. Por ello las tareas de conservación y/o rehabilitación deben ser rigurosas y planeadas por profesionales, es el único modo de evitar las actuaciones bienintencionadas pero desafortunadas que con la única premisa de consolidar lo construido introducen materiales, tipos y formas que poco tienen que ver con las buenas prácticas de la rehabilitación.







Bibliografía:

Blog Alfred López 
Tomás Sánchez San Emeterio,  natural de Argoños.

M. Ruiz-Bedia, P. Morante Diaz y C. Ruiz Pardo (Formas y tipos constructivos de lavaderos públicos, 1880-1950)

Referencias: 
Azkárate, A; Palacios, V. 1994. Arquitectura hidráulica en el valle de Cuartango. Álava
Ballester, J.M. 1985. «Las obras públicas: una nueva dimensión del patrimonio» Los Cuadernos de Cauce 2000. 9: 1-12
Berrocal, A. et al. 2011. Patrimonio rural disperso. Madrid: FMA 
Bestué, I; González – Tascón,  I. 2006. Breve guía del patrimonio hidráulico de Andalucía. Sevilla: Agencia Andaluza del Agua
Catalán Monzón, F. 2005. Fuentes de Málaga. Sus aguas, las ciencias y sus cosas. Málaga: Diputación
Diego García, J.A. 1992. Fuentes y lavaderos de Gijón. Gijón
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Medianero, J.M. 2003. Fuentes y lavaderos en la sierra de Huelva. Huelva: Diputación
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Pérez Sánchez, J.L; Campuzano Ruiz, E; Martínez Ruiz, E. 1995. Catálogo monumental de Reinosa. Reinosa: Ayuntamiento
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